Tal cómo los adolescentes y los adultos, los niños y niñas enfrentan miedos y crisis conforme van atravesando distintas etapas de su desarrollo. ¿Cómo acompañar dichos procesos? ¿De qué manera podemos ayudarles a sentir mayor confianza y seguridad en instancias de incertidumbre?

Una primera cuestión a considerar es el hecho de poder naturalizar y aceptar las emociones, así como llegan. Estas contienen información a considerar pero no necesariamente tienen la última palabra en lo que respecta a nuestra manera de actuar.

En el camino del autoconocimiento se nos invita a poder registrar las distintas emociones que llegan a nosotros, identificar cuál es su fuente o raíz y tomar conciencia de cuál es la reacción que estas despiertan en uno. ¿De dónde surgen? ¿Que las alimenta? ¿Cómo regularlas? ¿De qué manera canalizarlas?

Si nos detenemos en el miedo, esta es una emoción básica que, en muchos casos, se asocia a la falta de información. A veces la manera de aliviar el miedo de un niño o niña es simplemente poder escuchar aquello a lo que le temen e ir dándoles datos que los hagan sentir más seguros y confiados frente a aquella situación específica. No existe el «no tener miedo», la cuestión está en cómo lidiar con el, qué hacer con eso que emerge.

Cómo adultos podemos acompañar a los niños y niñas brindándoles calma y confianza; sentir empatía con la emoción que están experimentando y también ser capaces de mostrarles que existe otra manera de mirar las cosas. Explicarles que la perspectiva que tengamos frente a una situación puede llevarnos a experimentar las cosas de maneras muy distintas. Respetar el miedo que sienten es muy importante así como también lo es el poder ir alentandolos a soltar los efectos de esa emoción para así poder seguir adelante. En este aspecto es de gran ayuda el proponer ejercicios o hacer comentarios que los vuelvan a conectar con el momento presente. De esta manera se pueden liberar los efectos negativos de dicha emoción (una vez que esta ya fue registrada). Conectarse con la respiración, observar lo que hay alrededor, cerrar los ojos por un rato y mantener el silencio, son distintas estrategias para volver al «aquí y ahora».

Por ejemplo: si un niño o niña le teme a la oscuridad, podemos escucharlo/a expresar aquel miedo y tomar medidas al respecto, cómo puede ser mantener una luz encendida. En todo momento será importante que como adultos respetemos su sensación y, que al mismo tiempo, les brindemos seguridad y confianza frente a «la oscuridad» para así poder «desmitificar» aquel miedo. La información positiva que les aportemos ayudará a aliviar la tensión y el estrés que puedan estar experimentando. Asímismo esto los conducirá a un nuevo estado de tranquilidad. Eventualmente la idea es alentarlos a que no necesiten más de la luz de la lámpara para sentirse seguros.

En cada etapa de nuestras vidas nos enfrentaremos a algún tipo de miedo. No se trata de evitar el surgimiento de está emoción o de reprimirla. Por el contrario, la clave está en registrarla, aceptarla y luego tomar acciones que nos permitan seguir adelante sin que esa emoción nos bloquee o paralice. El manejo de estas cuestiones es fundamental para el desarrollo saludable del autoestima.

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