«Mi niño o niña tiene rabietas frecuentes, ya no sé qué hacer«. «Cuando el berrinche ya ha durado bastante y no frena, ¿Es mejor darle lo que pide, ignorarl@ o castigarl@?». «¿Debería ser más permisiv@, más paciente o más autoritari@?». «¿Cómo puedo ponerle límites sin sentirme culpable o mal padre/madre?». «¿Qué rol necesita mi hij@ que ocupe en estos momentos?«.

La realidad es que no hay una receta mágica. Si la hubiera, la experiencia de criar y educar dejaría de ser la aventura qué es. Más allá de eso, hoy queremos introducir algunas nociones relevantes a la hora de intentar gestionar las rabietas.

En estos momentos el niño o niña quiere llamar la atención y esto se puede deber a varios motivos, en los cuales no nos detendremos en esta nota.

Una primera estrategia frente a estas circunstancias es intentar comunicarse con él o ella para que pueda expresar lo que le está sucediendo. Aquí podemos hacer uso de la teoría de la comunicación no violenta (autor: Marshall Rosemberg) y preguntarle al niño o niña: «¿Qué necesitas?«. Según este teórico es importante poder mantenerse por encima del conflicto, no entrar en el nivel de comunicación del otro u otra sino entender que aquél llamado de atención probablemente responde a una necesidad insatisfecha de aquél de quien surge.

Si el niño o niña no quiere escuchar ni comunicar lo que le sucede, o incluso si sigue hablando en un lenguaje agresivo y/o ansioso, quizás se le puede proponer que se tome unos minutos a solas para respirar y volver a conectarse consigo y con el momento presente y que, una vez calmad@, se vuelva a acercar al adulto para comunicar lo que quiere. Es importante que, ante la rabieta del niño o niña, el adulto intente no alterarse, pues ahí estaría cediendo poder frente al infante.

Teniendo en cuenta lo anterior, hay momentos que para poder llegar a ese nivel de comunicación, primero hay que saber frenar la situación y evitar que siga creciendo el «escándalo». Marcar el límite y saber decir «se acabó» es necesario para poder llegar a esa calma y a esa charla buscada. El grito por el grito no sirve de nada. Debemos intentar que las situaciones que exceden límites sean acompañada de una conversación posterior en la cual reflexionar sobre lo sucedido. Saber preguntar: «¿Qué ha pasado?», «¿Qué te llevo a reaccionar así?», «¿Cómo podrías pedir las cosas la próxima vez?», «¿Porqué gritas?», «¿Te sientes escuchad@ por mi?». Esta última pregunta esta asociada con la apertura del adulto a tratar de entender cómo comunicarse mejor con su hijo o hija.

Es importante demostrarle al niño o niña que existen formas de expresarse más eficientes y respetuosas. Hay veces que la respuesta al niño o niña será un «no» y él o ella tendrá que aceptarla. Aún así resulta de gran valor que el padre, madre o educador también sepa destacar y valorar las veces que el niño o niña expresan lo que desean con respeto y claridad. Incluso cuando la respuesta a un pedido sea un «no», se les puede explicar las razones de aquella decisión y alentarlos a que puedan seguir expresando lo que desean de manera respetuosa y calma.

Mantener una comunicación basada en el respeto y la confianza resulta fundamental y es algo que se construye día a día, en cada interacción. Consideramos de gran valor que el niño o niña sienta que puede expresar sus ideas y deseos a sus padres o educadores y que los adultos son receptivos y escuchan con respeto, más allá de que no siempre puedan complacerlos.

La educación y la crianza llevan tiempo y dedicación y también están íntimamente asociados a los hábitos y acuerdos que generamos. Generar nuevos modos de vincularse puede llevar tiempo y esfuerzo pero sin dudas es una inversión relevante en el corto, mediano y largo plazo.

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